Fuente: Carlos Heller.com.ar
Hace unos días, Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial, dijo que “el estado financiero global entró en una fase peligrosa”. Con esto quiso decir que hay una volatilidad muy grande -hay demasiado dinero circulando- y facilidades para “jugar” en las bolsas, para especular. Así, en este contexto, cualquier noticia que aparezca (la baja de calificación a Estados Unidos, por ejemplo) repercute en el alza o baja de dichas bolsas.
Una de estas formas de especulación son las ventas al descubierto, es decir, se vende lo que no se tiene para comprar luego más barato. Es algo que se puede hacer. Pero en estos días algunos países de Europa prohibieron estas operaciones y las bolsas subieron inmediatamente porque dejan de intervenir estos especuladores.
Es en estos escenarios donde las calificadoras se tornan imprescindibles. Las calificadoras son unos de los tantos engendros que crea el propio sistema financiero global con un objetivo determinado pero que, en algún momento, les terminan jugando en contra. Por ejemplo, si un banco o empresa quiere emitir una obligación negociable, salir a buscar capitales al mercado, no podrá hacerlo si no cuenta con la calificación de una calificadora. En el caso particular de los bancos, si no tenemos ciertas calificaciones no podemos recibir depósitos de entes públicos y compañías de seguros, por ejemplo. Estas calificaciones no son algo optativo de lo que se pueda prescindir, por eso las calificadoras se convirtieron en una especie de poder autónomo.
Se supone que su tarea -por la que cobran grandes sumas de dinero- es brindarle al público información para que este pueda salir a operar sin llevarse sorpresas, sin resultar defraudado. Por ejemplo, si una empresa quiere salir a colocar papeles, se supone que las calificadoras deben advertirle a ésta si la operación es viable o si, por el contrario, la operación conlleva algún riesgo. Lo mismo ocurre si se quiere comprar bonos del Estado: si existiera algún riesgo, la calificadora deberá advertir que ese Estado, por ejemplo, está en bancarrota.
Es lógico que en el actual contexto de crisis global las calificadoras hayan perdido reputación. Algunos países a los que les bajaron la nota -Grecia y Portugal- propusieron eliminarlas; otros, como Alemania, propusieron crear una calificadora europea estatal.
Otro signo de descrédito para las calificadoras se dio cuando le bajaron la calificación a Estados Unidos. En una situación así, la reacción natural hubiera sido que los bonos de la deuda de Estados Unidos bajaran pero, al contrario de lo esperado, los bonos de la deuda subieron y tuvieron mayor demanda aún. Además, por si fuera poco, luego de la baja de la calificación el Tesoro de Estados Unidos realizó una nueva colocación de sus bonos, a una tasa mejor que las anteriores y que tuvieron una gran demanda. Es decir, más allá de la baja de calificación, nadie creyó que la solvencia de Estados Unidos estuviera en riesgo, lo que contribuyó aún más con el descrédito de las calificadoras.
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